El 7 de octubre tendremos sobre nuestro escenario a Salif Keïta, artista maliense que además de dedicarse a la música, trabaja incansablemente en causas sociales, especialmente en la lucha por terminar con la discriminación y violencia hacia los albinos en África.
“En África haber nacido albino es dramático”, dice Salif Keïta, músico que encabeza una fundación que desde 2005 tiene como principal objetivo brindar apoyo a niños y adultos albinos de ese continente.
Es uno de los artistas más conocidos de África. Le llaman “la voz de oro” de este continente y su cautivante voz le ha convertido en un embajador mundial de su país natal, Mali.
Pese a todos estos reconocimientos, Salif Keïta debió sortear desde muy joven varios obstáculos relacionados con su familia -que lo desheredó al conocer sus intenciones artísticas- y con su condición de albino, alteración genética que hasta el día de hoy es discriminada tanto en Mali como en otros países africanos.
“Yo era el único albino en mi pueblo. Soy diferente y he llegado a aceptar que lo diferente es normal. Todo el mundo es único; sólo los gemelos se parecen. Soy un hombre blanco con la sangre negra. Soy un hombre negro con piel blanca”, mencionó Keïta.
Después de vivir la discriminación en carne propia, el músico sintió que crecía en él la necesidad de hacer algo por quienes estaban en las mismas condiciones. Es por eso que en 2005 nació The Salif Keïta Global Foundation, organización sin fines de lucro que busca “crear conciencia y recaudar fondos para la asistencia sanitaria gratuita y servicios para los albinos de África”.
En palabras de Keïta, el uso de su status como músico le ha permitido golpear puertas a nivel internacional, conseguir recursos y, de a poco, el derribamiento de antiguas creencias que consideran a los albinos, en el caso de Mali, como personas que traen mala suerte; una especie de maldición para el pueblo y sus familias.
En otros países como Tanzania afirman lo contrario: creen que poseer alguna parte del cuerpo de una de persona albina trae suerte, y por eso se les persigue para mutilarlos, vender sus órganos y hacer ungüentos que luego se venden con la promesa de tener suerte en los negocios, el amor y la salud.
La ausencia de un sistema educativo en países como Mali -donde más de las tres cuartas partes de la población es analfabeta- dice mucho acerca de por qué aún existen estas creencias, que impiden a los albinos ejercer sus derechos e integrarse en la sociedad.
“Mi lucha por la causa del albinismo no es un cuestión de la etnicidad, sino de conciencia universal”, asegura Salif Keïta, quien a través de su fundación -hoy a cargo de su esposa, la periodista y activista mali-estadounidense Coumba Makalou- proporciona cuidados y asistencia a estas personas, junto con protección contra el sol, su peor enemigo después de la indiferencia.