Julio Cortázar, quien este 26 de agosto cumpliría un centenar de años, es uno de los escritores más representativos de la literatura en español y, aún a 30 años de su muerte, sigue siendo uno de los más leídos y que mayor influencia ha provocado en las generaciones posteriores, no sólo de escritores sino de cineastas.
Además de sus influencias literarias, la música también jugó un papel importante en la obra y el estilo de Cortázar. Su amor por el jazz abrió nuevas posibilidades en su escritura.
Si bien su narrativa es la que le permitió el salto al estrellato, la poesía siempre estuvo presente en su vida, no sólo literaria sino también amorosa. Una gran cantidad de poemas en prosa está contenida en libros mixtos como Historias de Cronopios y de famas, Un tal lucas, Último round. También escribió poemas en verso: Salvo el crepúsculo y Presencia. De allí que se encuadre finalmente a su obra en el realismo mágico.
Sin embargo, en sus etapas de formación, su influencia estuvo radicada en la modernidad y el surrealismo. De hecho, en 1933, buscando qué leer en una librería porteña en Argentina, el escritor escogió Opio-Diario de una desintoxicación (1930), del novelista Jean Cocteau. Su lectura fue una experiencia que cambió por completo su visión de la literatura y lo empujó a experimentar el movimiento surrealista. Opio es un libro de pensamientos íntimos y manifiestos que acompañaron a Cortázar hasta el final de sus días.
Cortázar vivió en París la mayor parte de su vida y estando allí estableció una relación íntima con el jazz; no sólo escribió artículos apasionados sobre este estilo musical sino que lo encarnó en sus cuentos. El más conocido es El perseguidor, protagonizado por un saxofonista adicto a las drogas (haciendo referencia a Charlie Parker). Cortázar amaba el jazz porque decía que “era una música que permitía todas las imaginaciones”, un recurso que llevó a la escritura de Rayuela o en 62, modelo para armar.
Retrocediendo un poco más en el tiempo en busca de quienes influenciaron la literatura de Cortázar, él mismo afirmó que comenzó a escribir relatos en su adolescencia motivado por la lectura de Edgar Allan Poe, declarándose ferviente admirador del escritor estadounidense. Es más, a los 13 años escribió una serie de sonetos a la manera de Poe, que más tarde llamó “un plagio involuntario”.
Fue esta misma admiración la que tal vez llevó a la Universidad de Puerto Rico a encargarle, en 1953, la traducción de la prosa completa de Poe, justo en el año de residencia en París en el que más dificultades económicas atravesó el autor argentino.
Pero si hablamos de escritores admirados por el autor de Rayuela, en la lista siempre estará presente Jorge Luis Borges. Tanto así, que allá por los años ’70, en una entrevista, dio a entender que le estaban comenzando a fastidiar las inevitables preguntas que le hacían sobre Borges. Su sombra lo persiguió toda su vida, no sólo desde lo literario sino también en lo político. Ambos autores manifestaron más de una vez que hubieran podido ser amigos de no ser por sus diferencias ideológicas irreconciliables.
Sin embargo, su más temprana influencia puede haberla encontrado en aquellas tardes que pasó en su casa de Banfield, Buenos Aires, donde vivió entre 1918 y 1933. Sentado en el patio, de niño jugaba con su madre a buscarle formas a las nubes e inventar historias en el cielo.
De allí nacieron sus inquietudes, que despertaron su amor por la docencia, la lectura (su biblioteca en París estaba conformada por 4 mil ejemplares), la música, la poesía, la literatura fantástica, el cine, el boxeo, la crítica y la edición artesanal (en un mimeógrafo que compró en un remate de la UNESCO), la traducción pública y la ferviente defensa de sus ideas políticas.