Durante los últimos 30 años, el rock latino, y en especial el rock argentino, ha tenido un personaje que se ha movido lejos de las luces y los flashes de las cámaras, pero con una importancia enorme dentro de la escena.
Se trata de Fernando Samalea, baterista argentino con una extensa lista de colaboraciones que van desde Charly García y Luis Alberto Spinetta a mediados de los ’80, hasta acompañar en sus inicios como solista a Andrés Calamaro y luego a Gustavo Cerati en sus dos últimas giras.
Ese camino junto a ilustres del rock argentino lo plasmó en su libro ‘Qué es un long play’, una publicación de más de 500 páginas con historias relatadas en primera persona donde revive los momentos más importantes de su vida tanto a nivel musical como personal. Por ahora está publicado sólo en Argentina, aunque el músico tiene la esperanza de que también llegue pronto a las librerías de Chile.
Samalea tiene una relación cercana con Chile que ya suma más de 30 años. Y por ello decidió a mediados de febrero tomar su motocicleta en Buenos Aires y viajar miles de kilómetros por la carretera hasta llegar a Santiago, para volver a ver viejos amigos y reunirse con seguidores.
El encuentro con fanáticos locales lo realizó el miércoles 24 en el Café NESCAFÉ, a unos metros del Teatro NESCAFÉ de las Artes. Allí compartió anécdotas, se tomó fotos y reveló detalles de su vida junto a otros músicos argentinos.
Fue un conversatorio planeado por el mismo Samalea a través de redes sociales con la idea estar «cara a cara, sin formalidades» y al que acudieron amigos y seguidores que disfrutaron de los relatos del baterista.
¿Cuándo nació tu amor por la batería?
Fue como a los seis años. Por el pulso del lavarropas, el pulso del corazón, por el ruido de las barreras ferroviarias, todo lo que tuviera que ver con lo mecánico. Sin quererlo, aunque en ese tiempo no existían las baterías electrónicas, estaba fascinado por los pulsos mecánicos que posteriormente se hicieron populares en la música de los ’80. A los 8 años ya tenía mi primer grupo y a los 10 ya tocábamos en cumpleaños de amigos, en un tiempo en el que el rock era visto de forma bastante dudosa por las familias más decentes.
Y también una época difícil para Argentina…
La música abrió y fue una salida a los problemas que habían en Argentina a comienzos de los ’80 con la opresión del Gobierno Militar. Iba a cumplir 20 años y estaba en esa época en la que uno piensa a qué se va a dedicar. El propio Ernesto Sábato decía que los adolescentes son los seres que más sufren en este mundo. La música sirve como un cauce a seguir para conectar con las cosas más lindas que se pueden disfrutar en la vida.
¿Cómo llegaste a ser parte de la banda de Charly García por casi 10 años, comenzando con ‘Parte de la religión’ (1987), uno de sus trabajos más alabados?
Fue como la fascinación del público, que el propio deseo te lleva a ese lugar. En algún punto lo relaciono con la película ‘La rosa púrpura de El Cairo’ de Woody Allen, en la que el actor sale de la pantalla, o uno ingresa a la pantalla. Entonces es eso, es como meterse dentro de la película y luego, como todas las cosas, viene el mundo real, no es idílico, hay que enfrentar situaciones y responsabilidades. Fue el sueño del pibe, querer llegar a algo.
La imagen que hay desde afuera es un Charly que da problemas y conflictos…
Es nuestro héroe nacional. Obviamente es una persona apasionada, el dadaísmo o surrealismo lo lleva con toda jerarquía. Él inventó una forma de vivir muy propia. Confió en mí, me dio la chance y de por vida seré, con todo orgullo, el ‘batero’ de Charly.
Hoy en 2016, ¿cómo te sientes al revisar los últimos 30 años y los innumerables discos y shows de los que ha sido parte?
Cuando vives muchas situaciones piensas ‘¿qué hubiese pasado si tenía un solo proyecto?’. Lógicamente el ser humano por naturaleza siempre cuestiona sus propias cosas y a veces duda si estuvo bien pasar por tantos lugares diferentes. Pero, por otro lado, me siento un verdadero privilegiado porque la música me llevó por todo el mundo. Agradezco todo lo que me pasó y a la vez mantengo los principios nobles y éticos, si se quiere decir, que tenía en la adolescencia.
¿Todas esas experiencias te motivaron a escribir el libro?
Claro que sí. Soy muy lector de biografías y siempre me gustó escribir cuentos y relatos. El tema es que yo no soy un músico tan famoso ni mucho menos, pero al estar ligado a músicos tan importantes y, a la vez, llevar una vida tan extraña, me gustaba la idea de contar no solamente las cosas musicales sino que también las extra musicales, como el fútbol, las películas y las tendencias literarias que me rodearon.
¿Cómo nació la idea de volver a los lugares y escribir donde estuviste en esos años?
Cuando leí ‘Sobre héroes y tumbas’ de Sábato, lo hice en los lugares donde transcurría, como si fuese una locación cinematográfica. Siempre me gustó ver las estelas que quedaron de las personas. No sé si es un don o una condena, pero me gusta quedarme mucho con los momentos.
Dentro de tu vida está Alfredo Saint-Jean, fundador del Teatro NESCAFÉ de la Artes, cuando a fines de los ’80 fue mánager de Charly, ¿cómo recuerdas esa época?
Nosotros teníamos 20 años cuando lo conocimos, de una forma muy graciosa. Después de algunos «escándalos» en Mendoza, Charly se fue a vivir a Brasil con su novia Zoca y desde allá nos llamó a Fabián «Zorrito» Von Quintiero y a mí para que nos fuéramos a Brasil. Nos dice «los va a ir a buscar alguien al aeropuerto» y llegamos sin saber nada, y apareció un flaco alto con un acento increíblemente simpático, una mezcla entre chileno y brasileño, nos dice «Charly los está esperando para ir al show de PiL».
Así conocimos a Alfredo, nos cayó simpático y durante la gira en la que recorrimos un montón de países tuvimos un trato con él muy entretenido. Pero lo que más nos gustaba era que Charly era un delirio surrealista extremo y Alfredo era un monje zen que tomaba todo con una pasividad espectacular. Nuestro mejor recuerdo es tener a Charly volviéndolo loco con los pedidos más extravagantes y Alfredo muy tranquilo. Como mánager funcionó muy bien y tenía pasta de productor. Anoche nos reencontramos después de décadas y estuvimos hablando hasta altas horas, planeando el sueño de volver a tocar con Charly, pero ahora en el Teatro NESCAFÉ de las Artes. Ojalá algún día se dé.
David Lebón, un ilustre del rock argentino, miembro de grupos como Pescado Rabioso (junto a Spinetta) y Serú Girán (junto a García), tocará en nuestra sala el próximo 19 de marzo, ¿cómo lo definirías?
David tiene algo potencialmente melancólico y a la vez es uno de los mejores guitarristas del mundo, a mi juicio y de muchos. He disfrutado mucho de sus discos solistas, no solamente con su participación en Serú Girán. Me parece uno de los artistas más nobles de Argentina y tiene derecho a lograr el lugar más alto en todos los rincones donde toca. Ojalá la gente vaya a verlo porque lo van a disfrutar.
Has sido un personaje importante del rock latino en los últimos años, ¿cómo definirías esta época, que también se ve reflejada en el libro?
Conocer a Charly y Spinetta treintañeros, haciendo sus discos emblemáticos en 1985, verlos a ellos dos juntos, su complicidad, la forma en la que se abrazaban, cómo sonreían, creo que fue la bendición más grande para mí. Estábamos grabando ‘Vida cruel’ de Andrés Calamaro y ellos vinieron juntos, entonces tuve el extraño privilegio de conocerlos al mismo tiempo. Me parecen las dos personas más brillantes de ese momento.
Finalmente, ¿qué representa Chile en tu vida?
Mucho, acá estoy por mi propia cuenta, con eso te digo todo. Le tengo mucho cariño porque mi primera gira fue por acá con Charly, la primera vez que viajé en avión. Vinimos con Gustavo también la Festival de Viña 2007. Me encantaría volver a tocar acá, ojalá se concrete el sueño de actuar con Charly en el Teatro NESCAFÉ de las Artes.