Exotismo y orientalismo en el repertorio lírico

Desde el comienzo mismo de los tiempos, el hombre ha manifestado un permanente interés por conocer más allá de su entorno directo, con una viva apetencia por curiosear, por traspasar barreras y por entrar a mundos desconocidos.

Recorriendo la historia, se advierte cómo la época de las conquistas, con la apertura de rutas comerciales y el posterior colonialismo, aumentó considerablemente en el ámbito europeo un natural afán por saber e internarse en múltiples aspectos de las culturas lejanas, diferentes o exóticas.

Desde la moda en el vestir hasta la comida, muchos aspectos de la vida cotidiana y también las artes fueron tocados por un crecido afán por acercarse, por mirar o por atrapar algo de esas culturas lejanas donde todo era diferente.

La música y sus grandes compositores, básicamente los del ámbito de la ópera, con su atractivo aporte del componente visual, también comenzaron a sentirse atraídos por lo exótico, a la par con el auge de la expansión geográfica.

Así fue como ya desde los tiempos del barroco (siglo XVIII) se encuentran manifestaciones donde se paladea ese gusto por lo más lejano y lo pintoresco. Una clara primera gran muestra está en la ópera-ballet “Las indias galantes” (1735) de Jean-Philippe Rameau, que en sus diferentes actos lleva la acción a una isla turca, al imperio inca, a Persia y a la América colonizada.

La ópera “El rapto en el Serrallo” de Mozart se desarrolla en Turquía y presenta el mundo de los pashás y los harems. Dos grandes éperas de Gioacchino Rossini, “La italiana en Argel” y “El turco en Italia”, están sazonadas de un fuerte componente exótico, en una jugando de local y en la otra, de visita.

Verdi no se quedó atrás, también se tentó con lo exótico y compuso óperas emplazadas en lugares lejanos y llamativos: “Nabucco” (en Jerusalem y Babilonia), “Alzira” (en el Perú, en tiempos de las conquistas) y «Aida» (en el Egipto faraónico).

Pietro Mascagni, el autor de “Caballería Rusticana”, tiene una ópera llamada “Iris” ambientada en Japón.

En el desarrollo de la ópera francesa el peso del exotismo ha sido mucho más fuerte, muy acentuado en la segunda mitad del siglo XIX, dejando un repertorio con una larga galería de obras marcadas por esta corriente.

Un gran precursor de este exotismo francés fue el compositor Felicien David (1810-1876). Influenciado por su estadía temporal en el cercano Oriente concibió muchas obras bajo ese sello, como el poema sinfónico “El desierto”, varias óperas y canciones agrupadas con el título de “Melodías Orientales”.

Si se da una rápida mirada a óperas francesas empapadas de exotismo y específicamente orientalismo, de inmediato aparecen las principales: “La reina de Saba” (1862) de Gounod; “Los pescadores de perlas” (1863), “Djamileh” (1872) y “Carmen” (1874) de Bizet; “La africana” (1865) de Meyerbeer; “El rey de Lahore” (1877) y “Thaïs” (1894) de Massenet; “Sansón y Dalila” (1877) de Saint-Saëns; “Lakmé” (1883) de Delibes. En estas óperas se ofrecen viajes a tiempos en su mayoría remotos e imprecisos y a lugares tan exóticos como Ceylan, Palestina, Egipto, el sur de España, o la India.

En todas estas óperas el exotismo actúa más en lo visual que en lo musical, ya que aunque en ellas se esté mostrando lejanos y muy pintorescos lugares del globo, salvo rarísimas excepciones el discurso vocal y orquestal plasmado en sus partituras, se queda en lo convencional. La música sólo se acerca hacia esas apartadas culturas mediante sutiles efectos o algunos guiños diferenciadores.

El único gran compositor que se sumergió más profundamente en el exotismo auditivo, dando pasos más decididos en lo musical, fue italiano: Giacomo Puccini, que en dos de sus óperas fusionó su estilo europeo con los elementos auténticos de la música oriental.

Primero en “Madama Butterfly”, ambientada en Japón, y luego en “Turandot”, emplazada en China, Puccini empleó timbres, sonoridades y melodías propias de esos lugares, como nunca antes un compositor lo había hecho.

Mario Córdova

Fotografía de la producción “Madama Butterfly” del Metropolitan Opera de Nueva York, que se transmitirá en vivo el 2 de abril, a las 14:00 horas.

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