Hoy me ha tomado por sorpresa la noticia de la muerte de Luciano Brancoli, gran diseñador y profesor chileno a quien tuve la suerte de tener como amigo. Un hombre talentoso, empeñoso, inquieto y muy trabajador.
Nos conocimos a fines de los ’60 , cuando él vivía cerca del Cerro Santa Lucía, justo en frente del laboratorio del fotógrafo polaco Bob Borowicz, el más famoso de Chile por aquella época, con quien yo daba mis primeros pasos profesionales.
Luciano y yo pasábamos los días metidos en el laboratorio, explorando los secretos de la fotografía en blanco y negro, conociendo la cámara Hasselblad. Él aún no se dedicaba a la moda, ni yo todavía a la gestión cultural. Estábamos en ese momento de la vida en el que todas las posibilidades se abren frente a uno.
Siempre fue muy caballero, educado, respetuoso. Recuerdo esa voz tan característica, que tuvo desde pequeño: medio ronco y con un acento casi italiano. No había forma de confundirlo.
En los años ’70 me acompañó en mis primeros happening en el Museo Nacional de Bellas Artes, haciéndose cargo de las proyecciones. La creatividad fluía sin ataduras.
Cuando comenzó su carrera en el mundo del diseño sacó adelante sus colecciones a punta de esfuerzo. Esa constancia acabó por rendir frutos y lo llevó a convertirse en uno de los grandes creadores chilenos en su rubro.
La partida de Luciano Brancoli deja hoy una tristeza profunda, pero estoy seguro de que trascenderá el legado de un talento que se desarrolló a plenitud, dejando una marca imborrable.
Alfredo Saint-Jean Domic